Bulling

¿Ha notado que su hijo regresa a casa en un estado de confusión, retraído y llorando, pero que no quiere hablar de lo que pasó en la escuela – quizá por vergüenza? 

Si al menos uno de cada tres adolescentes conoce algún caso de acoso entre sus compañeros de clase – según las conclusiones del informe de la Fundación Mutua Madrileña, algo esencial falla en nuestro sistema escolar , así como en el orden de valores de nuestra sociedad, ¿no? 

El consenso es que el bulling – tanto en la forma verbal como en la física – es siempre un acto violento que debe ser sancionado. ¿Pero basta con una sanción o advertencia? Podemos decir después “Y ya está” y “no pasa nada”?. De verdad, ¿no pasa nada?, especialmente cuando la autoestima de la víctima se ve sacudida? 

Obviamente, hemos captado un tema candente que permite una profunda comprensión de nuestra cultura y nuestra psique. Tenemos ahora que despellejarla como una cebolla y procedemos paso a paso: 

El fenómeno de buscar un «chivo expiatorio” para proyectar lo adverso sobre una víctima, es un mecanismo simple, bien conocido en la psicología de masas y que se encuentra ya en civilizaciones primitivas: Culpar a extranjeros era común en las culturas tribales para asegurar su cohesión; también hubo aceptación de sacrificios humanos, más tarde estos rituales fueron transferidos a los animales, luego a los símbolos, y siempre hubo la búsqueda de una ‘limpieza’, descargando la propia negatividad (inseguridad, miedo, odio) en la víctima. 

El psicoanalista Arno Gruen, que sobrevivió a Auschwitz, llegó a la conclusión, de que la causa de la violencia residía en la opresión y el desprecio por el ser humano, comenzando por las primeras experiencias en la infancia, de modo que se desarrollaron patrones de carácter autoritario, que también encontró en la actitud de políticos, como Hitler, quienes se preocupaban por parecer grandiosos e invencibles y consideraban a los demás como seres inferiores, dignos de ser destruidos. 

Estos patrones autoritarios y violentos provenían de una cultura sin valores humanos, de un vacío existencial que omite el hombre interior y, por lo tanto, necesita crear imágenes del enemigo, para mantener una alta visión de sí mismos y de sus miembros. 

A menudo devalúan la experiencia interior de las personas y elevan los valores externos como base de la autoestima personal, como la propiedad, el dinero y el estatus social. Los patrones de valores masculinos, como la asertividad, la lucha por el dominio y la rivalidad, se mezclan con el miedo, creando un modelo de conducta, una «matriz» de esta cultura de superioridad, es decir, una programación inconsciente y colectiva. 

¿Sabías que el psiquiatra Viktor Frankl lo denomina “espíritu contemporáneo negativo”? 

Esta nociva actitud la explica él con los fenómenos del conformismo –tener que comportarse como lo hacen los otros-, del totalitarismo –hacer lo que otros quieren-, y del reduccionismo creer que no existen otros niveles de existencia. Estas tres formas de pensar tienen en común la propiedad de hacer del hombre un ser reactivo en vez de un ser activo, negando la necesidad humana de darle sentido a la vida. 

¿Acaso sorprende que tal hombre unidimensional esté “frustrado existencialmente” (Frankl)? 

Entonces, el colegio, como institución, es la primera instancia de responsabilidad ante este fenómeno explicando a los alumnos y a los padres que en el caso del bulling se trata de un fenómeno clínico, patológico, y tomando medidas pedagógicas de concientización.

Para ello puede organizarse p.ej. por clases un sistema de monitores de apoyo para la detección inmediata de cualquier signo de bulling, de apoyo psicológico y orientación a las partes involucradas. Será también conveniente incluir a los padres desde el principio en el ‘Convenio de Comunicación e Interacción en la comunidad escolar’, un proyecto de resolución firmado por cada uno de los profesores del colegio. 

No basta con aplicar una política de “tolerancia cero” ante el bulling! Hay que darle un carácter de altísima prioridad, auto-evaluándose permanentemente como organización y informando públicamente de la implantación de una ‘Cultura de Atención Plena’ porque es muy necesaria una comunicación consciente como epítome de calidad educativa, en un entorno de confianza, donde los jóvenes se abren al mundo, donde logran descubrir cosas con su alegría innata, y junto con otros chicos asumir la responsabilidad de cambiarlo a mejor. 

Para lograr esa calidad se necesitan herramientas de mayor filo, como la filosofía que nos enseña a reconocer conflictos éticos y de valores, cuestionar el punto de vista propio, entender al mundo del otro – utilizando la cultura del debate y las técnicas de argumentación en lugar de simples opiniones o prejuicios! 

Por lo tanto, es necesario un cambio de paradigma en el sistema educativo: 
Si en la escuela no encuentra el alumno un lugar para él, para su persona y sus inquietudes, si se siente ajeno, tratado como “uno más” que debe estudiar para los exámenes no más, si se certifica solo por medios meramente externos, le surge, según Viktor Frankl, un “vacío existencial”, un sentimiento de no ser tenido en cuenta y que puede desembocar en una debilidad motivacional

Padres y maestros tienen el deber de ayudar a los alumnus a encontrar el sentido de por qué estudiar. Si el colegio da a los jóvenes la oportunidad de responder a esta búsqueda del sentido, los alumnos podrán encontrar confianza en sí mismos, puede adquirir estabilidad en su vida cotidiana y el coraje para hacer frente a los requisitos de alto rendimiento en la escuela, en la Universidad y en el trabajo. 

Entonces, esta ancla interior se convierte en una fuerza del “Pese a todo”, le da apoyo para seguir viviendo, amando, luchando, ya que sabe por experiencia propia de que él es más que las circunstancias externa, muchísimo más! 

Se trata aquí del desafío especial que enfrenta hoy en día la comunidad educative y en especial el profesor, como gestor de crisis, con toda su personalidad. Percibir esta necesidad existencial del alumno significa entender la tarea pedagógica. Si en el centro del aula está el interés verdadero por el alumno, por la persona, y por el desarrollo de sus potenciales, no se presta ninguna oportunidad al bulling.