Cualquiera que haya practicado alguna vez, en equitación, el salto de obstáculos, sabe que un caballo puede negarse a saltar si el jinete no se relaciona y se orienta hacia la superación del obstáculo, creando una unidad con su cabalgadura.
Lo mismo ocurre con muchos jóvenes que, con su actitud de «no ir», demuestran que no tienen relación ni con sus profesores ni con los contenidos prescritos y, en consecuencia, no le ven sentido a la escuela y la rechazan. Al igual que el jinete aterriza mal en el picadero cuando su caballo se niega, muchos jóvenes se deslizan hacia un vacío existencial.
Algo parecido ocurre hoy con nuestro sistema educativo: la relación entre la sociedad civil y las instituciones estatales es un caos porque ni permite la transparencia ni la participación. Aunque leemos sobre guías de aprendizaje que anuncian más libertad, apertura metodológica y diversidad, así como una iniciativa de competencias para el futuro dentro de la institución escolar, de ello no se desprende aún la confianza en una nueva calidad de la educación, porque, a diferencia de lo que ocurre en las empresas, no existe una evaluación por parte de los co-actores, como alumnos y padres; ni de la disminución del rendimiento y de los valores humanos, ni de la calidad del proceso, es decir, del tipo de comunicación e interacción dentro de las escuelas. Se trata de la misión institucional de la escuela, del tipo de comunicación e interacción dentro de éstas, todos elementos que se deberían poner a prueba, o sea, ser examinados regularmente; ni los cursos de formación del profesorado prescritos por los ministerios ni el sistema de evaluación cuantitativa, ni su contenido curricular o los libros de texto utilizados, nada de esto se somete al escrutinio público. Así que surgen dudas más que justificadas sobre la calidad y actualidad de nuestro sistema educativo.
Como el caballo y el jinete no superan solos el obstáculo, sino que dependen también de los recursos y de la actuación de los demás actores del sistema, los alumnos tampoco son capaces de superar por sí solos el obstáculo del rendimiento ante unos padres a menudo indiferente y resignados, preocupados a su vez por sus deberes sociales y económico. El anticuado sistema escolar parece implosionar. No es de extrañar que aumenten la depresión, el acoso escolar y los suicidios.
Mientras tanto, los alumnos se han acostumbrado a preguntarse por el sentido de su aprendizaje, que en alto alemán antiguo tiene que ver con «viajar, esforzarse, aspirar» y, sobre todo, con una dirección de movimiento, es decir, como en el salto de obstáculos, con la superación de obstáculos, como un acto de libertad individual. Así pues, necesitamos una calidad de valores de acuerdo a nuestra visión de la humanidad, nuestra interacción mutua, nuestra economía y nuestra idea de la educación, creando libertad de aprendizaje y elección para el alumno en un entorno afectuoso.
Con esto, ¡habríamos abierto una senda hacia una nueva era!